sábado, 17 de septiembre de 2011

El Acantilado

Cae el sol pesadamente sobre el horizonte, derramando deliberadamente sus ultimos rayos de aurea vida, alumbrando mortecinamente la escena bajo el cada vez mas negro cielo.
Dos figuras, ensombrecidas por el ocaso, danzan enérgicamente al pie del acantilado en una perfecta y armoniosa coreografia de sangre, hueso y espada.
El eco del entrechocar metálico los envuelve, gira a su alrededor y asciende por el borde del mar lamiendo la piedra para perderse en la profundidad de la noche. Estocadas que rechinan contra el escudo, golpes que abollan la armadura, pasos de ataque y defensa que arrojan arena de aqui para alla, dibujando intrincados lazos en la superficie de la playa.
Los caballeros se separan, sus frentes perladas de sudor, cayendoles en gotas sobre los ojos escocidos. Se evalúan, se miden las fuerzas. Ambos estan cansados y la lucha no durara mucho. El primer fallo será la muerte. Tras la breve pausa, arrancan en carrera el uno contra el otro en una frenetica carga, la de la victoria, el ataque final que despoje al vencedor de todas sus fuerzas y al perdedor la vida tan arduamente defendida.
Un rayo zigzagueante color rojo hiende el silencio, partiendo la noche con su anaranjado fulgor e impacta contra uno de los caballeros, haciendolo explotar en llamas. El otro se frena en seco, incrédulo, viendo retorcerse a su contrincante en el suelo. El metal de su pechera al rojo vivo, el cuero de sus guantes crepitando bajo las llamas, la piel derritiendose tras la armadura.
Ya no hay entrechocar de metal, solo aullidos de dolor desgarrando el silencio.
De las sombras aparece una tercera figura, un encapuchado con tunica negra azabache. Cuesta distinguirlo al principio, pero al acercarse a la masa informe que antes fuera el caballero caido el fuego lo delata. Porta un bastón de ébano, rematado en una cabeza de dragón cuyas fauces sostienen un cristal rojo. Brillando diertidos, complacidos por el dantesco espectaculo, estaban los ojos del mago.
El caballero superviviente lo mira un instante y vuelve la vista hacia el cadáver.
- Lo hubiera matado. No debiste interferir en el duelo-
El hechicero levanta la vista. La sonrisa socarrona, sus ojos divertidos. Era obvio que disfrutaba de la escena. Luego se aleja caminando sin pronunciar palabra. Tan solo los dos caballeros quedan en la playa del acantilado. Uno transformado en hoguera a traición, el otro ardiendo la ira en su corazón.
- Lo hubiera matado-

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